LA CASA ERA EL RECUERDO
(a
la memoria de mi abuela materna)
Finalmente hoy abrí la casa,
descorrí las cortinas,
permití que la luz de la mañana
soplara el polvo de sus mitos,
que los candados viejos despertaran su muerte.
Caminé por entre las vitrinas, los
sillones,
el estante de pino, la humedad, los recuerdos,
igual que se atraviesa un bosque solitario.
Barrer la casa, acariciar los muebles,
sacudir las porcelanas, las vajillas
desenfundar la máquina de coser,
abrir cajones, para que vuelva a respirar
la danza de tus hilos, el universo
creado con las telas
del mundo entre tus dedos.
Como en aquellos días:
Las flores tiemblan en el jardín bajo la
lluvia,
y
las tardes de marzo abanican el olor de tu cocina.
Tu falda inquieta, tus pasos pequeñitos,
rápidos como el mar, como la brisa
como la espuma que dibuja el horizonte.
De tu misterio brota una sonrisa triste,
una cruz que tejes con tus rezos,
mientras
tu corazón es la colmena
donde todos tenemos un hogar.
Es nuestra cama, el consuelo de aquellos
que vagamos sin rumbo, de los que
comenzamos
a remar en el charco que dejó la
tormenta.
Todo está como antes, aquí estás tú,
mirando hacia la puerta abierta de la calle,
saludando a todas las vecinas,
la colega que viene del mercado,
la tía Tina en zabucán de carcajadas
la bicicleta del abuelo junto al muro
el muro azul de la infancia,
de la felicidad, los días eternos,
páginas inciertas de la historia.
Junto a ti somos los inmortales,
los que negamos la memoria del odio,
los que absorbimos el amor en tus rosas.
Somos esta fotografía donde tú
permaneces,
cabello negro y ojos profundos,
manos de agua tibia que son ángeles,
que son gaviotas al amparo del océano,
Fluye un
mar vespertino en remanso de olas,
en tu vestido de pájaros y lágrimas,
en tu chal de milagros.
Rebosa en las ventanas la sal del
mediodía,
te visitan los muertos, las nubes, los
enigmas…
aquella poesía que declamas desgajándote
y la voz artificial de Manuel
en el tocadiscos que gravita el tiempo.
Yo te miro sin preguntar cómo le haces
para llenar con tus palabras mi alma-
niña,
para cubrir de calidez mis horas,
deshojar
bugambilias que atraviesan un miedo taciturno,
inventar la odisea de mis fábulas,
revelación sublime de inocencia.
Caigo en la filigrana de tu espacio,
alfileres de seda,
mujeres de tul multiplicadas,
velocidad de agujas al canevá del tedio.
Me acurruco en el centro de tu regazo
fuerte,
un arrullo de luz, una lámpara de
pensamientos,.
cualquier pretexto para soñar columpios
excavar en el parque arqueologías,
reir de sed y despertar llorando la
tarea del miércoles,
sufrir los tamarindos al cobijo del
zapote.
Esta vida tan simple y tan revuelta.
Abuela,
montaña de los desamparados.
Refugio de mis días inconclusos.
Déjame acariciar tus manos diminutas
aburrirme de telenovelas junto a ti,
mientras bordas
lentejuelas doradas
al escote del viento.
Son las seis de la tarde.
Finalmente recoges el mantel de tus años
los eslabones de tu larga tristeza,
de tu alma enhilada entre pesares,
hierro forjado a base de silencio y
tragedia.
Busco la llave de tus atardeceres
escondida en tus manos,
la luna de cristal,
abismo donde flota tu melancolía.
Luego vendrán los sueños,
las playas familiares, guitarras
taciturnas,
lejano parpadeo de chocolate y ciénagas,
un café azucarado en conversaciones,
cuando recogíamos felicidad en grosellas
del patio,
verano en jugo de ciruela,
altar de maíz al ritmo gladiolas
y los pozos largos del quinqué
melancólico.
Presagio de voces que reconstruyen
designios en cada zaramullo,
en cada gota de sol,
en cada herida.
La melcocha de gente desenfunda rituales,
infinitas huellas de los que se
marcharon.
Toser, adormilarse, bostezar, dejarlo
todo,
explotar al grito de gallos creadores
del mundo.
Hasta que todos huyen, corren hacia la
vida incierta,
te dejan aprisionada en el olvido
con tu álbum de imágenes benditas,
tus caminos de arena reconstruyendo el
árbol,
el ombligo del cotidiano cielo.
Sin ti somos estela de barcos en la
playa,
caracolas que tu padre dibujaba en la espuma.
Nuestra vida es el fuego consumiendo la
casa,
un círculo que lentamente deshace las
orillas
y humedece todos nuestros espejos.
Mujer hecha de coral y de nostalgia,
Fuente de los arcanos, Madre
multiplicada,
Abuela para todos los que somos esta
tierra
este jarabe cocido en la sartén del universo.
Aquí estaremos al cerrar los candados,
en el recóndito edén de tus inviernos,
tu pequeño cajón de añoranzas,
tu mano donde ruedan las estrellas del
cosmos
Totalmente canción entre la hierba
caminas por las calles del viejo
malecón,
hacia la iglesia de tu soledad,
hacia las tumbas anchas de tus
alrededores.
Tus pies blancos de niña navegan en
murmullos.
Vas a comprar tortillas y regresas
cargada de memoria.
Sirves los panes de la última cena,
los pucheros cuajados en el hogar del
mundo,
los blancos manteles del altar,
las cucharas para sorber el fondo de
nuestro último viaje.
Y continúas la imposible misión de coser
maravillas,
sostener un costal de esperanza en tu
espalda,
llevarle mariposas a tus muertos,
la receta de tus amaneceres.
un sorbo de tu alma.
Al filo de nuestra eternidad inhabitable
permanecemos fijos
en el obturador de tus pupilas.
Me quedaré en la casa, en esta voz que
es tuya,
en este río inútil que me reconstruye,
esta interrogante de tu ausencia.
A veces los recuerdos no deben
despertarse,
y sin embargo necesitamos el placer de
su amargura
Necesitamos asfixiarnos de pena,
morder los frutos del cenote matriz,
alimentar de óxido la rabia.
Somos el sueño de caminos que fueron,
mecedoras vacías,
páginas amarillentas del destino,
eco de frases rotas en libros polvorientos.
La casa es el recuerdo
de una fotografía inacabada,
un rincón de siglos detenidos,
donde torbellinos desgajan nuestra
sangre,
agonizan y nacen entre piedras.
Sólo tú, Rita,
inmortal adolescente,
Quinceañera en la escenografía sepia del
origen,
viuda del desconsuelo, madre
fundamental,
incólume y florida,
cubierta en la ceniza de tus pasos,
continúas deshilachando la existencia.
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