viernes, 17 de agosto de 2012


AMERICAN´S INFIERNO




   Un resplandeciente Valle
   En Nogales nos esperaba el coyote. Con él iniciamos el camino por el desierto, muy noche…

   Desierto. Extensión del alma, océano insondable, mar arenoso, cambiante. Nuestros pasos infinitos. Arena nuestros recuerdos. Volvemos al origen. Disueltos. Arena nuestros ojos, nuestro silencio. Atrapados en el Fin del mundo. Valle resplandeciente donde ya nunca crecerán los árboles. Nos duelen los  murmullos. Voces antiguas brotan desde adentro.  Hablan en Lenguas los animales oscuros. Salamandras, escorpiones, pies, antenas, dientes pequeñitos, restos de conchas, de algas, de peces, de piedras,  de cactus, de angustias. Huesos derruidos como ciudades. La intuición del peligro. Desaparecer. Oscuridad. Avanzar como si no avanzaras, como si en vez de respirar, expiraras…Expiar  nuestras culpas. En este limbo. Donde huele a muerte. Adentro de la noche fría. Entumidos en el miedo. Volvemos al origen. Al nahual serpiente. Reptamos por debajo de nuestra granulada conciencia. Somos iguanos. Somos víboras. Escondidos bajo la hendidura de una roca, esperamos el acecho del depredador. Desde aquí le arrancaremos su Ojo único, el Ojo donde  somos el otro que nos desconoce.

   Un muerto con equipaje
   Si miro hacia atrás me vuelvo mierda.  Nadie se da la vuelta para ver  por última vez  esa plasta de ciudad que se retuerce como puta en un lecho de residuos orgánicos.  Imagino los ojos de la ciudad que despiertan para vigilarnos la espalda.  Ojos infinitos. Son los anos de las pistolas calibre 38, desenfundadas en medio de la noche. El arma cuelga del cinto  de ese cuerpo de bestia uniformada. He visto esos tipos convertidos en muñecos junto a las barbies. Multiplicados  en las estanterías del supermarket. Disfrazados de policías, cuerpos inflados, brazos que quieren golpear, masacrar  y ser masacrados. Debajo  de los botones dorados gruñe una redondez gelatinosa, un revoltijo de tripas metidos adentro de algo que parece un cerebro de goma. Guardián de la ley o vendedor de drogas, da igual. Siento esa misma sensación de nata subiéndome por la garganta hasta la boca. A punto expulsar eso. La imagen de la mano de goma inflada, esa mano sedienta de sangre, de sexo de mujeres putrefactas, acariciando la colt, la dureza fría donde se descarga la muerte, excitándose, arrastrando la cosa dura hacia el tiburón que palpita hirviendo bajo el pantalón. Tallándoselo.  Siento entre las piernas la palpitación de la rabia. Vuelvo a pensar en ella, en la mujer del cuarto de paredes rotas en la penumbra. Un foco macilento, adolorido de tanto escupir luz. La mujer escupía sangre de su vagina seca. Acaso ella con su rostro agrietado donde corren ríos de polvo, descoloridos rastros de pintura roja, escarcha dorada. La piel de arena, áspera como las escarpadas rutas del desierto por donde me desgarro los tenis. Mi carne incrustada en el olor de la mujer. Ella es un cadáver abandonado desde hace siglos  en un callejón oscuro. Su olor tropieza con mi deseo, con el asco de desear. El deseo de sentir este asco atorado en las fosas nasales donde sigue retorciéndose los restos de la hierba, el olor verde sembrado entre las fosas, chupando la necesidad de tocar al mismo tiempo el sexo raído de la mujer y el miembro duro, corrosivo, del uniformado. Y seguir chupando la canabis, absorto en mi propio entierro. Riéndome de mi propio funeral. Mi placer de sentirme ahogado bajo las capas inmensas, profundas. Mar sin agua. Mi sed. Es un dolor irreconocible, el dolor irreal del agonizante. Soy un pene introduciéndome en la vagina oscura del mundo. Atrapado en el rollito de mariguana como en este horrible aposento. Un aposento con las mandíbulas abiertas. Más allá un cielo donde cuelga la luna. Sólo me queda morir a la hora del orgasmo, de la carrera. Mis pies hundidos en el cieno. Seré despellejado, ahogado en mis propios líquidos seminales. Tragado, absorbido, regurgitado.  Si cuando menos pudiera vomitar, pero no son mis intestinos quienes lo impiden,  es el miedo. Un sabor doloroso me aprieta el alma. Mis pies obedecen a un impulso mayor a mis fuerzas. El calambre en las piernas. Perdí los ojos que tenía puestos en el horizonte, mi vista se fue detrás de los últimos vislumbres de claridad sobre la línea divisoria. Escucho a los demás. Siento su respiración, respiro su miedo. Cae sobre nosotros como la profecía de un tecolote. Escucho la voz del coyote: No se detengan. ¿Es que me estoy moviendo?  Mi cuerpo avanza sobre el camino árido. Sobre mi espalda el peso de la mochila, de este equipaje que me arrastra. ¿Para qué necesita equipaje un muerto? Le diré a todos que me rindo, aquí no tengo nada que hacer, que nos dejemos de chingaderas. ¿Por qué corremos? ¿Hacia dónde? Hacia el Paraíso. Y dónde queda el paraíso, en el más allá, donde habita el sueño. Así les hicieron creer a los judíos cuando los arrastraban en trenes hacia Auschwitz. Les prometían una ciudad feliz, un sitio donde nacen las flores, donde los hombres trabajan, donde hay mujeres rubias y exuberantes, llamándote con sus grandes pezones casas impecablemente blancas. Esperándote. No alcanzaremos a besarlas. Acabaremos amontonados junto a sus grandes chimeneas. Carne para freír. Nuestro destino de chichimecas, de mexicanos agachados ante la cruz. A la espera de los dioses que nos arrojarán sus desperdicios. Dioses que bajan a engancharnos cruces en la espalda. Mientras tanto, estoy reptando por debajo de huesos desgranados. Como alimaña sedienta…






miércoles, 16 de mayo de 2012


LA CASA ERA EL RECUERDO
(a la memoria de mi abuela materna)



Finalmente hoy abrí la casa,
descorrí las cortinas,
permití que la luz de la mañana
soplara el polvo de sus mitos,  
que los candados viejos despertaran  su muerte.
Caminé por entre las vitrinas, los sillones,
 el estante de pino, la humedad, los recuerdos,
 igual que se atraviesa un bosque solitario.
Barrer la casa, acariciar los muebles,
sacudir las porcelanas, las vajillas
desenfundar la máquina de coser,
abrir cajones, para que vuelva a respirar
la danza de tus hilos, el universo creado con las telas
del mundo entre tus dedos.
Como en aquellos días:
Las flores tiemblan en el jardín bajo la lluvia,
 y las tardes de marzo abanican el olor de tu cocina.
Tu falda inquieta, tus pasos pequeñitos,
rápidos como el mar, como la brisa
como la espuma que dibuja el horizonte.

De tu misterio brota una  sonrisa triste,
una cruz que tejes con tus rezos,
mientras  tu corazón es la colmena
donde todos tenemos un hogar.
Es nuestra cama, el consuelo de aquellos
que vagamos sin rumbo, de los que comenzamos
a remar en el charco que dejó la tormenta.

Todo está como antes, aquí estás tú,
 mirando hacia la puerta abierta de la calle,
 saludando a todas las vecinas,
la colega que viene del mercado,
la tía Tina en zabucán de carcajadas
la bicicleta del abuelo junto al muro
el muro azul de la infancia,
de la felicidad, los días eternos,
páginas inciertas de la historia.

Junto a ti somos los inmortales,
los que negamos la memoria del odio,
los que absorbimos el amor en tus rosas.
Somos esta fotografía donde tú permaneces,
cabello negro y ojos profundos,
manos de agua tibia que son ángeles,
que son gaviotas al amparo del océano,
Fluye un  mar vespertino en remanso de olas,
en tu vestido de pájaros y lágrimas,
en tu chal de milagros.
Rebosa en las ventanas la sal del mediodía,
te visitan los muertos, las nubes, los enigmas…
aquella poesía que declamas desgajándote
y la voz artificial de Manuel
en el tocadiscos que gravita el tiempo.

Yo te miro sin preguntar cómo le haces
para llenar con tus palabras mi alma- niña,
para cubrir de calidez mis horas,
deshojar  bugambilias que atraviesan un miedo taciturno,
inventar la odisea de mis fábulas,
revelación sublime de inocencia.

Caigo en la filigrana de tu espacio,
alfileres de seda,
mujeres de tul multiplicadas,
velocidad de agujas al canevá del tedio.   
Me acurruco en el centro de tu regazo fuerte,
un arrullo de luz, una lámpara de pensamientos,.
cualquier pretexto para soñar columpios
excavar en el parque arqueologías,
reir de sed y despertar llorando la tarea del miércoles,
sufrir los tamarindos al cobijo del zapote.
Esta vida tan simple y tan revuelta.

Abuela,
montaña de los desamparados.
Refugio de mis días inconclusos.
Déjame acariciar tus manos diminutas
aburrirme de telenovelas junto a ti,
mientras bordas
lentejuelas doradas
al escote del viento.
Son las seis de la tarde.
Finalmente recoges el mantel de tus años
los eslabones de tu larga tristeza,
de tu alma enhilada entre pesares,
hierro forjado a base de silencio y tragedia.
Busco la llave de tus atardeceres escondida en tus manos,
la luna de cristal,
abismo donde flota tu melancolía.
Luego vendrán los sueños,
las playas familiares, guitarras taciturnas,
lejano parpadeo de chocolate y ciénagas,
un café azucarado en conversaciones,
cuando recogíamos felicidad en grosellas del patio,
verano en jugo de ciruela,
altar de maíz al ritmo gladiolas
y los pozos largos del quinqué melancólico.
Presagio de voces que reconstruyen
designios en cada zaramullo,
en cada gota de sol,
en cada herida.
La melcocha de gente desenfunda rituales,
infinitas huellas de los que se marcharon.
Toser, adormilarse, bostezar, dejarlo todo,
explotar al grito de gallos creadores del mundo. 
Hasta que todos huyen, corren hacia la vida incierta,
te dejan aprisionada en el olvido
con tu álbum de imágenes benditas,
tus caminos de arena reconstruyendo el árbol,
el ombligo del cotidiano cielo.

Sin ti somos estela de barcos en la playa,
caracolas que tu padre  dibujaba en la espuma.
Nuestra vida es el fuego consumiendo la casa,
un círculo que lentamente deshace las orillas
y humedece todos nuestros espejos.

Mujer hecha de coral y de nostalgia,
Fuente de los arcanos, Madre multiplicada,
Abuela para todos los que somos esta tierra
este jarabe cocido en la sartén del universo.
Aquí estaremos al cerrar los candados,
en el recóndito edén de tus inviernos,
tu pequeño cajón de añoranzas,
tu mano donde ruedan las estrellas del cosmos
Totalmente canción entre la hierba
caminas por las calles del viejo malecón,
hacia la iglesia de tu soledad,
hacia las tumbas anchas de tus alrededores.
Tus pies blancos de niña navegan en murmullos.
Vas a comprar tortillas y regresas cargada de memoria.
Sirves los panes de la última cena,
los pucheros cuajados en el hogar del mundo,
los blancos manteles del altar,
las cucharas para sorber el fondo de nuestro último viaje.
Y continúas la imposible misión de coser maravillas,
sostener un costal de esperanza en tu espalda,    
llevarle mariposas a tus muertos,
la receta de tus amaneceres.
un sorbo de tu alma.

Al filo de nuestra eternidad inhabitable
permanecemos fijos
en el obturador de tus pupilas.

Me quedaré en la casa, en esta voz que es tuya,
en este río inútil que me reconstruye,
 esta interrogante de tu ausencia.
A veces los recuerdos no deben despertarse,
y sin embargo necesitamos el placer de su amargura
Necesitamos  asfixiarnos de pena,
morder los frutos del cenote matriz,
alimentar de óxido la rabia.  
Somos el sueño de caminos que fueron,
mecedoras vacías,
páginas amarillentas del destino,
eco de frases rotas en  libros polvorientos.

La casa es el recuerdo
de una fotografía inacabada,
un rincón de siglos detenidos,
donde torbellinos desgajan nuestra sangre,
agonizan y nacen entre piedras.

Sólo tú, Rita,
inmortal adolescente,
Quinceañera en la escenografía sepia del origen,
viuda del desconsuelo, madre fundamental,
incólume y florida,
cubierta en la ceniza de tus pasos,
continúas deshilachando la existencia.

lunes, 23 de abril de 2012


LA VIDA COMO EL SUEÑO DE LA MUERTE  EN LOS SONETOS FILOSOFICOS DE SOR JUANA INES DE LA CRUZ

Elvia Benítez


   En el capítulo “óyeme con los ojos”, de su libro Las trampas de la fe, Octavio Paz explica que la idea de la muerte en la poesía de Sor Juana Inés de la Cruz se equipara a los conceptos de los celos y la ausencia, “nombres distintos de la soledad”, “ficción” ésta a la que la poetisa acude con frecuencia, sea de forma velada o explícita, deleitándose en ella como una forma de alcanzar, en la introspección silenciosa, ese “cúmulo incomprensible” (El Sueño) de conocimientos que le permitirían comprender el Universo en su totalidad.
   Ausencia y Muerte, alegorías que  se entrelazan en el misterio profundo de la vida, sirven muchas veces a la escritora como pretexto para la elaboración de lo que Paz llama “objetos verbales”: sus poemas. Sondear en la extensa obra poética de Sor Juana las distintas figuraciones y configuraciones de estos dos conceptos implicaría, no sólo una empresa complicada, sino sobre todo extremadamente abarcadora, razón por la cual elegimos únicamente algunos sonetos, a partir de los cuales tomaremos una que otra referencia de otros textos.
   Para el hombre del Barroco la vida se convierte en pesimismo y desengaño, razón por la cual ve el mundo como un conjunto de falsas ilusiones que sólo culmina con la muerte. Si por un lado, esta constancia de la vida ilusoria da lugar a la melancolía expresada en el pesar por vivir; por el otro, el espíritu se vuelca hacia la alegría, siguiendo la sentencia del Carpe Diem, para lo cual es imperante burlarse de esta vida regida por las sombras hacia las cuales nos conduce la existencia. Un ejemplo del pesimismo barroco se plasma en una parte de la obra poética de Quevedo, donde se subraya la idea de la muerte como lo único cierto en un mundo de apariencias: “vencida de la edad sentí mi espada/ y no hallé cosa en que poner los ojos/  que no fuese recuerdo de la muerte”. Equiparable a la ilusión de la vida es el amor, un ideal inalcanzable cuyo doloroso efecto lo empata con la muerte, como describe en el soneto “Amor constante más allá de la muerte”. Estas idas y venidas entre la angustia por vivir presagiando el final y la negación de ese final al vivir plenamente cada día, transforma la poesía barroca en una fluctuación de ideas e imágenes que se contraponen y se unen entre sí, se mezclan o separan igual que e un caleidoscopio poético. 
   Envuelta en este espíritu barroco del siglo XVII, Sor Juana también se deja llevar en su poesía por estos vaivenes del espíritu, logrando creaciones poéticas que, según sus críticos la acercan más al estilo culterano instaurado por Góngora, el cual  al darle prioridad a la forma por sobre el contenido, se convierte en “una amplificación no parafrástica, porque no pretende explicar, sino deleitar con el ejercicio intelectual del enigma” (1).
   Sin embargo, a pesar de sus aparentes imitaciones, la poesía de Sor Juana lo que hace es  recoger la mejor tradición peninsular e impregnarse de sabor novohispano. “En la alta cultura del medio ambiente en que escribía, era la poeta que mejor dominaba el canon poético de la época, y esto incluye a la poesía que venía de ultramar; sabía de la imitatio y de la superación de los grandes poetas masculinos según se venía practicando pero su imitación no fue nunca servil, los alteraba con una maestría independiente y conocedora, adoptando lo que mejor convenía a su personalidad y a su sociedad novohispana de letrados grandes y pequeños” (apuntes del Grupo)
   Como Góngora, la poesía de Sor Juana pretende cultivar la forma de las palabras dejando en un segundo plano su contenido y crear un mundo de belleza, impresionando para ello los sentidos con los más variados estímulos de luz, color, con un lenguaje plasmado de metáforas
   Pero las influencias quevedianas o gongorinas que pueda tener Sor Juana en su poesía no le restan originalidad, sino por el contrario, su grandeza consistió en lograr apropiarse de los modelos de su época pero otorgándoles  un tono propio, en consonancia con su circunstancias y su particular visión del mundo. De este modo, su poesía es recreada en palimpsesto a través de lo que Daniel Torres llama “el calco aparente”, ya que “sobre la huella de una escritura (la de España) se percibe otra (la americana) indiscutiblemente diferente)”. (2).
   Esta pugna entre la escritura de la metrópoli y la lírica barroca colonial se instaura en la poesía de Sor Juana, como ejemplifica el soneto “Verde embeleso”, inscrito en la categoría de sonetos filosófico-morales(3). El tema al cual alude este poema es  la vida como una ilusión o un sueño que pronto acabará en la muerte y cuya vanidad disfrutan los ignorantes:

Verde embeleso de la vida humana
loca Esperanza,  frenesí dorado,
sueño de hoy de los despiertos intrincado,
como de sueños, de tesoros vana;



alma del mundo, senectud lozana,
Decrépito verdor imaginado;
El hoy de los dichosos esperado
Y de los desdichados el mañana:

Sigan tu sombra en busca de tu día
los que, con verdes vidrios por anteojos,
todo lo ven pintado a su deseo;

que yo, más cuerda en la fortuna mía,
niego en entrambas manos ambos ojos
y solamente, lo que veo toco.

   El soneto de estilo clásico, está formado con versos endecasílabos perfectos y su forma rimada sigue el patrón de ABBA – ABBA- CDE – CDE. Las variantes en los tercetos le provee de un ritmo pleno de fluida musicalidad. El calco aparente se demuestra en cuanto al modelo formal empleado que ubicamos – a modo de muestra y no por ser precisamente el único- en el soneto   de Góngora “De la brevedad engañosa dela vida”, estructurado con la misma fórmula y del cual transcribimos los cuartetos:
Menos solicitó veloz saeta
destinada señal, que mordió aguda
agonal carro por la arena muda
no coronó con más silencio meta,

que presurosa corre,  que secreta
a su fin nuestra edad, a quien lo duda,
fiera que sea de razón desnuda,
cada sol repetido es un cometa.

   Se presenta en ambos sonetos una similitud en cuanto a métrica y a contenido, a pesar de las diferencias en cuanto a la manera retórica en que cada poeta resuelve el planteamiento del asunto. Mientras Sor Juana hace una definición descriptiva de la vida humana a través de una figura de acumulación, enumerando los diferentes epítetos con que nombra a la existencia: “verde embeleso”, “loca esperanza”. Góngora, en cambio, hace un uso exacerbado del hipérbaton para darnos a entender que la vida –que aquí presenta con la alegoría del carro romano sobre la arena- corre presurosa  cual “saeta” en el tiempo dirigiéndose hacia su “meta”, es decir hacia la muerte. Este devenir inexorable se percibe al comparar cada día con un cuerpo celeste: el cometa, que desaparece instantes después de hacer su aparición en el firmamento..
   En el poema de Sor Juana, la imagen que nos ofrece de la vida es la de un sueño en el cual la persona lírica –representación del ser humano- permanece extasiada, como en suspenso, es decir, está despierta pero dormida al mismo tiempo. Y en este sueño “vive” un “frenesí”, es decir, un furioso delirio similar al que ataca a los enfermos mentales. Pero esta locura es erróneamente percibida como “dichosa”. La confusión mental vuelve el mundo al revés, tópico éste muy usado por los escritores barrocos, lo cual se logra a través del oxímoron que une dos ideas contradictorias “senectud lozana” . Así pues, este “mundo al revés” hace que la vida sea dichosa para quienes aún no han percibido el mundo real que conduce a la muerte; mientras que  otros, refiriéndose a los viejos, sólo pueden ver la angustia que les causa el fin próximo.
   Y esta muerte es sinónimo de la sombra, oscuridad final que no pueden ver los que viven en el delirio de las vanidades del mundo material, es decir, los que ven la vida color “verde” –símbolo de la esperanza, concepto éste sobre el cual Sor Juana reflexiona en otro soneto “sospecha crueldad disimulada, el alivio que la esperanza da”, que versa sobre la misma temática de la vida ilusoria y su fatal predestinación-: en tanto que el poeta, “cuerdo” logra abrir su entendimiento para comprender, sin temor ni angustia, el sentido pasajero de la vida que tiene como “meta” (Góngora) la muerte.
   La visión de la muerte como una “sombra” la adopta también Góngora en el último verso del primer terceto del soneto referido: “en seguir sombras y abrazar engaños”. En el  último terceto adopta la misma actitud serena y estoica ante la vida que presenta Sor Juana al dirigirse  a un interlocutor para explicarle, casi con intención didáctica y quizá con un sentido moral, que el vivir desenfrenadamente significa vivir engañado, pues el tiempo en esta vida es transitorio, es  un “sueño de los despiertos intrincado”. Como diría Octavio Paz, “no resisto la tentación de citar” el último terceto de Góngora, por su melancólica belleza:
Mal te perdonarán a ti las horas;
las horas que limando están los días,
los días que royendo están los años.

   Quevedo retoma las fantasías filosóficas desarrolladas por Sor Juana a partir de Góngora, como se advierte en su Salmo IX “cuando me vuelvo atrás a ver los años…”, pero se centra en los conceptos, con una versificación menos retórica. Aunque la voz poética está en primera persona a diferencia del soneto de Sor Juana cuyo interlocutor es la vida misma, aquí también el poeta se felicita a sí mismo por la “fortuna” de verse ya en la vejez enfrentado a la muerte próxima sin la angustia engañosa del joven que en su desesperación por vivir se ve envuelto las “redes” de la existencia. El poeta, sabio, acepta su destino a diferencia del necio que aún vive en su mundo ilusorio, como diría Juana, en el “verde embeleso”. Transcribimos el final del poema, que capta el lado optimista y exaltado del barroco: “¡Dichoso aquel que vive de tal suerte/que él sale a recibir su misma muerte!”. 
   Como observamos, la intertextualidad en el soneto “Verde embeleso” configura un metarelato estructurado sobre el discurso filosófico y moral de la vida concebida ésta como sueño o ilusión pasajera, cuyo disfrute no se logra a través de los excesos o de los bienes materiales y falsos que ofrece, sino por medio del camino del equilibrio moral y de la aceptación.
   La paradoja en cuanto a la aceptación casi mística de la muerte en contraste con un oculto sentimiento de angustia frente a la ilusoria falsedad de la existencia, se crea gracias a los múltiples significados escondidos en los diferentes niveles de interpretación del poema. Aunque sin intención claramente religiosa,  se advierten indicios de la doctrina cristiana y de elementos profanos, filosóficos y herméticos que Sor Juana desarrolla en otros poemas, pero más ampliamente en el “Primero Sueño”. Respecto al concepto de correspondencia unívoca vida-muerte, Paz argumenta que la poesía de Sor Juana se alimenta de todo el conocimiento no únicamente religioso, sino astrológico, metafísico y científico de su tiempo (por ello la poetisa es verdaderamente una mujer renacentista) y por lo tanto subyace en ella la creencia de “una relación de oposición entre el alma y el cuerpo”, gracias a lo cual el alma se desprende del cuerpo no solo al morir, sino también al soñar. La idea aristotélica de que el cuerpo es la tumba del alma aparece en el soneto analizado en el último terceto, donde la persona, consciente de la corruptibilidad de su cuerpo, no se asusta frente a la muerte, porque ésta, a diferencia del sueño transitorio de la vida, es un sueño eterno en el que el alma “vivirá” cuando muera, ya liberada de su tumba corporal.
   La concepción del cuerpo como un ser que va directo hacia su descomposición aparece en otros sonetos de la misma serie, como el 145 que comienza “éste que ves, engaño colorido” y que tiene su referente en otro soneto de Góngora: “Mientras por competir con tu cabello,/ oro bruñido al sol relumbra en vano”.
   En su análisis al soneto 145, Gonzalo Celorio expone que “el contraste entre la hermosura de la vida y de la juventud por un lado y la vejez y la muerte por el otro; la ilusión que cubre artificiosamente el vacío de la nada; la teatralidad de la apariencia que oculta el cadáver que llevamos dentro —engaño colorido, vano artificio del cuidado, falsos silogismos de colores, etcétera—son elementos que responden cabalmente a la poética propia del barroco peninsular”, pero advierte la diferencia entre ambos para hacer notar cómo Sor Juana va más allá de copiar la lírica de su maestro español para erguirse ella misma en maestra, he aquí la noción de obra en “filigrana” que define Torres y que supone la reelaboración de textos anteriores pero “con una tentativa de originalidad”.
   Gran parte de la originalidad de Sor Juana radica en recoger de manera abarcadora el saber de su tiempo y lograr con esa infinita y múltiple masa de conocimientos, creaciones únicas. Lo hizo por ejemplo al exponer poéticamente su compleja visión acerca de conceptos entrelazados entre sí como la vida, la muerte y el sentido de la existencia. La solución a la problemática de una vida que se desperdicia con artificios en un cuerpo destinado a la destrucción es, como expondrá poéticamente en Primero sueño, dirigir su mirada hacia esferas más altas del intelecto o del alma: hacia el Amor o hacia la Poesía, tal como se avizora en el soneto 146:

En perseguirme, Mundo, ¿qué interesas?
¿En qué te ofendo cuando sólo intento
.poner bellezas en mi entendimiento
y no mi entendimiento en las bellezas?

Yo no estimo tesoros ni riquezas;
y así , siempre me causa más contento
poner riquezas en mi pensamiento
que no mi pensamiento en las riquezas,

y no estimo hermosura que, vencida,
es despojo civil de las edades,
ni riqueza me agrada fementida,

teniendo por mejor, en mis verdades,
consumir vanidades de la vida
que consumir la vida en vanidades.

   Por medio de juegos verbales la voz lírica en tercera persona expone la intención del poeta por aprehender el conocimiento y plasmarlo en su poesía en lugar de perder el tiempo en las vanidades mundanas. En una segunda lectura el poeta intratextual, que en realidad es Sor Juana, plasma -aunque de forma silenciosa- la necesidad de usar su “tercera” alma, la “racional” que “corona la punta de la pirámide mental” para elevarla hacia el conocimiento y así lograr “poner riquezas en mi pensamiento”. La concepción tripartita de las almas, de origen medieval, indica que las otras dos almas que dan vida al Hombre están sujetas “a la mutabilidad y al devenir” (Jorge Alcázar). En los sonetos expuestos aquí, Sor Juana expresa su intento por trascender esa mutabilidad producto de una vida consumible al comprender que “el ser humano es el gozne entre los ángeles y las bestias”, por lo tanto es un “habitante del mundo de las apariencias, no es más que una sombra, un mero simulacro de las formas puras” (Alcázar). Así lo define también en Primero Sueño, al hombre “sombra impalpable”, que agregaríamos va encadenada esta idea a la de la muerte (que es también ausencia y soledad, tal como se manifiesta en gran parte de su poesía). Se denota en estas ideas una afiliación neoplatónica.
   El ser humano, como la vida misma, es “una rosa divina” (soneto 147) “amago de la humana arquitectura” y su destino como ser sensible es la “triste sepultura”, símbolo de “la cuna alegre”, con lo cual se cierra el ciclo de este primer único “sueño” que es la vida que se transformará en el sueño de la muerte, mediante el cual el alma quedará liberada de su prisión. Pero entretanto, a lo largo de este sueño será la poesía la que le permitirá a este “cadáver con alma” verse “a la muerte vivo” y así aspirar a “la región primera de su altura” (El Sueño), alejado de “las vanidades de la vida” (soneto 146).
   En Sor Juana, pues, la poesía misma es la fórmula para acabar con “el verde embeleso de la vida humana” y trascender el sueño de la existencia hasta alcanzar el sueño de la muerte, que es vida. Su obra nos ofrece una concepción totalizadora del universo, del mundo y de la historia a través de una poética particular, al mismo tiempo inserta en su contexto literario social, aunque apartada de él para crear sus propios sueños. Benjamín Valdivia la define de manera estupenda: es una mujer “cifrada por la figura del laberinto”.




BIBLIOGRAFIA

 
-Alatorre, Antonio, “¿Qué dice el primero sueño?, artículo.

-Alcázar, Jorge, El sueño de Sor Juana, Universidad Nacional Autónoma de México

-Celorio, Gonzalo, Hacia una poética del silencio
    
-Celorio, Silencio y pudor en la poesía novohispana

-De la Cruz, Sor Juana Inés, Obras completas prólogo de Francisco Monterde, edit. Porrúa,    México, 2010.
-Góngora, “Sonetos”, Biblioteca Virtual Cervantes, en Google.

-Paz, Octavio, Las trampas de la fe, Lengua y estudios literarios, FCE, México, 1982.

-Pedraza B., Felipe y Rodríguez Milagros, Historia esencial de la literatura española e hispanoamericana, Madrid, Edaf, 2000

-Quevedo, Francisco, Obras escogidas, Conaculta, Biblioteca universal, México.

-Torres, Daniel, “Del calco aparente, una lectura de la lírica barroca americana”, en       
 -Ortega, Julio, Conquista y contraconquista, Colegio de México

domingo, 22 de abril de 2012



This is for you





El tiempo se detiene
Amor,
en tu recuerdo,
en la presencia de tu voz ausente,
en tu piel
que acaricio con mis labios,
porque tu cuerpo
amor,
me pertenece.

El tiempo se detiene
Amor,
en la tristeza
de poseerte teniéndote tan lejos,
de estar tan cerca de ti y sin embargo
extrañarte como si no existieras.

Un día desperté y vi en tu espejo
a la mujer solitaria que me asfixia,
la mujer que se rompe cada día
en este estar sin ti pero contigo,
sentirte adentro de mí estando afuera.

Cada día  te veo
Amor
amaneciendo en el fondo de mi agitada alma,
contu mirada de luna en mis abismos,
tus huellas en mi sed insatisfecha,
tuagua en el desierto de mi cuerpo.

Al darme cuenta amor que tu silencio
esun viaje perdido y reinventado,
esa lluvia donde nos quisimos
connuestros cuerpos de sol abiertos como cuevas,
nuestros últimos atardeceres,
nuestros besos que ha secado el río,
me vuelvo locade ti, de la vida que fluye,
del deseo infinito donde habita la muerte,
me vuelvo un extraviado mar
sin caracola.

Tras las rejas de mi gran nostalgia
soy leona furiosa,
pájaro herido
buscando lo que ya encontró,
lo que aún anhela,
dando vueltas en la oscuridad,
llamándote,
ahuyentando el ruido
de los ajenos mundos.

Porque la muerte de vivir en ti mi amor,
sin que regreses,
me esta matando mientras me da la vida,
este ser sin ser yo que aún te espera.

El tiempo ya no existe, amor
cuando te piensomío,
cuando al tocarte te me vuelves aire,
raíz en las raíces de mi tierra.

Mientras cae la noche,amor
de nuestro cielo,
me acurruco en tus brazos como niña
hasta que vuelva el sueño
y nos albergue
en el eterno mar de los amantes.

jueves, 12 de abril de 2012

EL MURO


Un hombre
sobre las cruces
Habían cruces en el Muro
Mi corazón tembloroso al otro lado del río
Aún espero el día de su regreso
Enhilo las agujas del Manto
Penélope sin océano, sin cuerpo ni escritura,
cielo destajado en líneas rectas,
teje lágrimas verticales en el azul horizonte de tus ojos.


Es blanca la escalera de la ignominia
El rito de Crucifixión
Sin veladoras ni santos
fuera de la eternidad
Un rosario de cuerpos.


Invoco un diluvio que nos devuelva el agua
en esta no existencia de vivir en el odio
de pie en el altar del infierno
Abro los labios de la libertad
Mujer abandonada en el hastío
Una canción sin voz:
“Caronte desde su barca en el silencio
arrastra nuestros huesos de arena
 sobre la roja tarde del desierto…”

DE LO DEMONIACO EN EL SUEÑO CUANDO NOS DESPIERTA LA VIDA

Presiento la conciencia del mundo sobre mi voz rota 
Callejón por donde reptan las dormidas mujeres de mi pesadilla
Confusa entre la multitud, duerme la palabra
Ignorante del consumismo existencial
No se puede comprar el destino
No hay precio para la desesperación 
Soy marca de sangre en el infierno de mi propia morada
Silencio infectado de cicatrices 
En cada herida un hombre de papel 
El sentido fragmentado hacia la nada
Qué me puede ofrecer esta reconstrucción de papeles rotos
Esta arqueología de la nostalgia
Sólo en el sueño permanecen los días 
El tiempo fuera de su estructura circular 
Mi propio tiempo envejecido: 
anciano con barba en el mar de los sargazos 
Aquel que ha esperado por siglos la neblina de mi corazón


Hoy mi errante demonio 
Olvidó mi nombre 
Teme deslizarse hacia otros mares 
Teme invocar la vida 
Caer en témpanos de olvido
Multiplicar el canto quejumbroso de los muertos